Personaje: Stuart



Relato procedente: "Inexistente" (Huellas del Tiempo).

Resumen: Su novia había muerto en un incendio, le seguía por la casa intentando que Stuart le escuchara pero nunca obtenía respuesta, algo que le parecía extraño. Tras una semana de sentirse ignorada por él, buscó por toda la casa donde ambos vivían desde hacía cinco años, indicios de lo que había ocurrido. Finalmente, encontró unos recortables de periódico en una libreta donde relataban su muerte. Todos los recuerdos sobre esa mañana, se agolparon en su mente rápidamente empezando a entender por qué Stuart no le respondía; dejó una nota en la almohada y se fue hacia la luz, dejando atrás el plano terrenal.

Nombre completo: Stuart Campbell Glower.                                   Edad: 33 años.

Ciudad: Seattle.                                                                         Profesión: Ejecutivo.


Descripción física:

Mi cabello castaño casi siempre está deshecho, nada más me levanto, me comporto como un zombie que ya no tiene preocupación ni de arreglarse, no estoy especialmente ilusionado en cuidar mi figura o aspecto después de todo el dolor interno que albergo. Hacía más o menos una semana que no dormía demasiado bien, por lo que, mis ojos azules antes brillaban de emoción e ilusión por la vida, ahora permanecen cansados, acongojados y con ojeras que se podían ver a kilómetros de distancia. No es que estos días haya tenido demasiado apetito, por lo que, mi tez tan pálida se debe a la falta de alimento, ni siquiera lo hago a posta... Mis labios finos, estaban apretados, sin ánimo de sonreír, incapaces de formar una frase con sentido. Estaba adelgazando con rapidez, como he dicho, no comía demasiado bien debido a los nervios y el estrés postraumático por el que estaba pasando tras la muerte de Jess.

Descripción de la personalidad:

Recuerdo que era un joven risueño, lleno de vida, con los miedos típicos de un chico de mi edad que trata de tener una economía conjunta con su pareja y que casi no llega a final de mes. Siempre pensando en el futuro, aquel que no me llenaba del todo porque hacía que ignorara el presente, tanto que me arrepentía de no haber vivido mucho más el día a día con Jess. Mi obsesión por el orden empezó con mi madre y terminó conmigo, incluso, cuando estoy nervioso me paso el día limpiando o cambiando los libros de sitio en la estantería, es algo que no puedo controlar, simplemente, fluye así. Con toques de inocencia e ignorancia que, incluso, suelen resultar atractivos y con hobbies como la fotografía y la guitarra, un refugio para mi mente en épocas duras de trabajo.

Perseguido por lo tradicional:

Desde que era niño, todo el mundo sobretodo mi familia, trataba de influirme en las tradiciones sociales que nada tenían que ver conmigo. Siempre me vi como alguien raro, con un alrededor que no me comprendía, que trataba de amedrentar todas mis reflexiones que creía eran inconexas pero que más tarde llegué a desgranar del todo. Todos mis familiares querían que asistiera al día de Acción de Gracias o Navidad, pero me sentía extraño allí sentado, tratando de actuar como si no ocurriese nada siendo que mis tíos y mis padres no se hablaban desde hacía mucho pero esos días hacían una tregua por la tradición absurda que nuestra sociedad nos había infundado.

Tanto de pequeño como de adolescente, prefería quedarme en casa leyendo un libro antes que tratar de caer bien a mis compañeros de clase e ir con ellos de fiesta, dejándoles que me humillasen en público. Mis padres no entendían demasiado bien mi comportamiento, de hecho, mis tíos me miraban con extrañeza cada vez que me veían en casa en cualquier festividad con su punto de falsedad añadida, como si hubiera venido de asesinar a alguien. No dejaban de repetirme que tendría que empezar a buscar novia, me preguntaban constantemente si algún día me gustaría casarme o tener hijos, a lo que yo respondía con un silencio ensordecedor, no me interesaba responder a esas cosas tan faltas de fundamento.

Enterrado entre fotografías:

Digamos que mi aislamiento tanto social como familiar, siguió en aumento debido a la cámara profesional que me regaló mi abuelo al cumplir los diez años. Creo que él era el único que me conocía de verdad, que sabía que la fotografía siempre había llamado mi atención, mirando por las cristaleras de tiendas que se dedicaban a esto y colgaban preciosas fotos en el escaparate. A mis padres no les gustó demasiado la idea, sabían que me recluiría mucho más en mí mismo debido a la implicación que supondría cada una de las fotografías, cada detalle al tener la cámara entre mis manos y probar las diferentes opciones que tenía en ella. De hecho, culparon a mi abuelo por cada una de las fases que pasé durante la adolescencia tras haberme comprado la cámara, era la única cosa que me hacía feliz y seguían sin darse cuenta de ello.

Empecé a aficionarme cada vez más, era autodidacta, de hecho, con las pagas semanales que me daban mis padres, me compraba libros y revistas de fotografía para aprender cada vez más y más, era como una esponja hecha persona. No era algo que controlase, debido a que pasaba mucho más tiempo que antes en mi habitación y mis deberes no tenían tanta importancia como aquella cámara de fotos que se había convertido en toda mi vida y definía mi sola existencia, me la llevaba a todas partes para inmortalizar cualquiera de los momentos que me rodearan, de hecho, todavía la utilizo en mis tardes de domingo a las afueras de la ciudad donde más naturaleza abunda.

Ya no estaba solo:

Siempre me había sentido solo, perdido en mí mismo, nadie me entendía. Me refugiaba tras la fotografía y en las pequeñas canciones que componía en mi habitación, permanecía recluido como si de una cárcel se tratase. Llegó un momento que me costaba enormemente hablar con mis padres sobre las cosas, no querían escucharme y decían que todo lo que salía de mi boca eran tonterías porque quería dedicarme a la fotografía y no a perder el tiempo en la Universidad que no me daría nada más que un título con el que no tendría ninguna salida. Estaba claro que no sabían qué hacer conmigo, me trataban como un niño pequeño que no sabía tomar sus propias decisiones, era incapaz de aguantar aquella situación tan nefasta.

Hasta que Jess se cruzó en mi camino, no sabía que podría tener tantas cosas en común con alguien, tantos hobbies compartidos y palabras que significasen algo. La conocí en uno de los eventos de fotografía a los que empecé a ir cuando ya hube cumplido los diecisiete años, cuando mis padres todavía decidían qué hacer con sus ahorros si invertirlos en mi Universidad o gastarlos en caprichos absurdos para la cocina o en sus armarios pijos. Ambos fotografiamos todo el evento, los diferentes puestos donde exponían trabajos realmente buenos y donde explicaban lo que les había costado llegar hasta aquel momento de sus vidas. Coincidimos en uno de estos puestos, nos sonreímos, hablamos un poco y nos miramos, también nos vimos en dos eventos más que se celebraron a lo largo de esos dos meses y nos decidimos a darnos el teléfono para conocernos mejor, supongo que todo empezó en una sonrisa...

Independecia conjunta:

Empezamos a vernos cada vez más a menudo, nos encantaba estar juntos, realmente conectábamos. Jess también deseaba desesperadamente desaparecer de la vida de sus padres, siempre la habían tratado con cierta condescendencia, ignorando sus sentimientos por completo y sin acopio de respetar sus decisiones. Éramos tan parecidos que creí que todo aquello era un sueño, no podía creer que aquella joven con una melena castaña oscura hasta media espalda, unos ojos de color miel, unos labios gruesos combinados con aquella sonrisa preciosa, su tez pálida pero bien cuidada y un cuerpo tan interesante, se hubiese fijado en mí, incluso creí que me estaba tomando el pelo pero para nada fue así. 

Unas cosas llevaron a otras, en cuanto nos dimos cuenta, ya nos habíamos dado el primer beso y las mariposas pululaban por nuestras barrigas, tan nerviosos como inocentes. Juntos, contemplábamos las estrellas y el tiempo pasar, planeando el vivir juntos un día no muy lejano, lo cual, nos costó mucho más de lo que pensábamos, teníamos mucha ilusión pero de eso no podíamos comer, ¿verdad? Ambos teníamos dieciocho años, nuestros padres no nos ayudarían y tendríamos que trabajar en algo para conseguir ahorrar y poder irnos a empezar algo juntos, una vida distinta que pudiésemos llamar felicidad. Tuvimos nueve años por delante, los cuales, nos fueron muy duros, dado que, mis padres me llevaron a una fábrica de metales donde por joderme la espalda cada día me cobraban cuatro duros. Creían que así se me irían las ganas de trabajar y de irme a vivir con Jess (a la cual aborrecían, creían que era ella quién me metía pajarillos en la cabeza), creían que me derrumbaría con aquel trabajo tan mal pagado y desesperante pero, aguanté nueve años para poder comprarnos una casa en el centro de la ciudad, era muy cara por ello nos costó tantísimo tiempo. Jess empezó trabajando en una floristería, por lo que, tampoco ganaba demasiado...

Lo conseguimos a una edad de veintisiete años, bastante maduros, habiendo vivido historias de todo tipo. Nuestros padres se asombraron al ver nuestra fuerza de voluntad pasando por aquellos trabajos tan duros y dando el paso de comprar la casa de nuestros sueños en el centro ciudad. Fue una experiencia increíble que quería compartir con ella, la cual, lloró de alegría al ver que todo el trabajo duro había servido para algo. Y allí estábamos, ambos en el salón de nuestra casa esperando que el otro dijera una palabra, nerviosos, inquietos y Jess con lágrimas en los ojos, ¡lo habíamos conseguido!

Un incendio a las afueras:

Tuvimos ciertos altibajos los siguientes años de nuestra vida juntos, dado que, a ambos nos echaron de nuestros trabajos por reducción de plantilla y por haber terminado el contrato, así que, nos costó muchísimo encontrar los trabajos a los que nos dedicamos. A Jess la contrataron de administrativa en una gran empresa y a mí de ejecutivo en una multinacional, nuestra vida estaba mejorando poco a poco y esperábamos estar algo más de tiempo de forma fija para plantearnos la posibilidad de tener hijos, era algo que llevábamos comentando hacía semanas, nos hacía mucha ilusión. Nos habíamos acoplado a nuestra nueva vida, a estar juntos, a olvidarnos de nuestros familiares tóxicos cuando Jess se fue al trabajo como cualquier otro día y no volvió viva de aquel viaje, aquel beso y abrazo antes de irse, fueron los últimos para mí.

Un escape de gas hizo que las oficinas donde ella trabajaba se incendiaran con montones de trabajadores dentro, de hecho, hubieron ciento diez muertos y cincuenta y ocho heridos, fue increíble lo que ocurrió allí dentro. Jess estaba en el último piso, por ello, se ahogó antes que los de abajo que recibieron atención enseguida, e estos no pudieron ayudarles. Me llamaron del hospital para informarme de la trágica noticia y para que identificara el cadáver carbonizado de la mujer de mi vida, a aquella a la que iba a pedir en matrimonio esa misma noche. Pasé una semana horrible, escuchándola susurrar a mi espalda pero tratando de olvidar lo ocurrido sin demasiado éxito porque había dejado de existir y de estar a mi lado. Volvía a sentirme solo...

Un futuro de superación y soledad:

Sé que los meses que prosiguen, van a ser mucho más duros que la primera semana sin ella, sé que tendré que recoger su ropa, sus utensilios de maquillaje y sus colonias. No tengo ni idea de si seré capaz de superar esto, no hay demasiadas personas como el amor de tu vida, no hay muchas que compartan tantas cosas conmigo, nadie era como ella y no habría ninguna que pudiera sustituirla. Mi amor por ella era lo único real en mi vida, las demás mujeres no tendrían mi atención, ella era mi media naranja y nadie más.

No esperaba el apoyo de mis padres, ni siquiera se enteraron del incidente. Sabía que debía seguir solo este camino lleno de espinas afiladas, de flechas al corazón en cada rincón y de lágrimas derramadas tras recordarla en cada pequeño instante del día. Quizá podría manejarlo, quizá no, pero lo que sí sabía era que siempre permanecería en lo más profundo de mi corazón...

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