Personaje: Danna



Relato procedente: "Atrapada" (Huellas del Tiempo).

Resumen: Tras tres meses de haber estado encerrada en el sótano de sus padres, Danna trata de salir de la mejor forma que ha podido para lograr ser libre, para no volver a ver ese lugar al que sus padres la habían sometido tan solo por ser homosexual y no compartir el mismo pensamiento anticuado y católico de sus padres y su hermana mayor, la cual, ya va a la Universidad y tiene todas las facilidades por ser doña perfecta.

Nombre completo: Danna Sanny Cleaves.                                                Edad: 16 años.

Ciudad natal: Seattle.                                                                        Estatus: Fallecida.


Descripción física:

Mi cabello negro caía más abajo de mis hombros, ondulado y con mucha vida, aunque necesitaba muchos cuidados antiencrespamiento y, viviendo en un sótano no tenía demasiadas opciones. Mis ojos castaños estaban vacíos. tras tanta lucha, tras una esperanza inexistente de salir de allí, de tratar de volver a una vida que soñaba y que no podría tener. Mis labios gruesos añoraban los de Jane, casi no podíamos vernos y, cuando lo hacíamos, tan solo disponíamos de unos diez minutos. Mi tez morena siempre había lucido bien cuidada, hasta lo grasa que parecía tras tres meses encerrada. Mi cuerpo esbelto, trataba de acoplarse a las circunstancias pero mi salud se deterioraba debido a la comida tan nefasta que me daba mi familia.

Descripción de la personalidad:

Siempre he sido bastante alegre, me ha gustado compartir mi sabiduría y mis conocimientos con los demás, aunque todavía sea joven. Normalmente, me han dicho que era demasiado madura para mi edad. Me encantaba hablar del futuro, de que el mundo estaba a mis pies y de en qué clase de profesional me convertiría, con tal de no pensar en el tiempo que todavía me quedaba viviendo con mi familia. Me llenaba el ver a Jane feliz, sonreía y me brillaban los ojos de felicidad, con incontrolables ganas de verla en cada momento del día, ha habido una inocencia dentro de mí que no dejé atrás nunca. Lo único que no cuadraba en mi vida era la religión y las imposiciones de mi familia, las prohibiciones y las constantes quejas que recibía por abrir la boca. Siempre he encontrado las fuerzas para oponerme a los que restringen lo que una persona quiere, para oponerme a lo que no he estado de acuerdo y para luchar por lo que he querido.


Restricciones desde la edad de piedra:

Mi hermana Dora y yo éramos inseparables, nos pasábamos el día jugando con la arena de la playa, en el jardín, e incluso, en los sitios más transitados de la ciudad como el metro, no parábamos quietas, nuestra madre tenía que castigarnos para que le hiciéramos un poco de caso. Mis padres siempre han sido muy estrictos y nos han llevado a creer en Dios antes que en ninguna otra cosa, debíamos obedecerles y tener sus imposiciones como algo que necesitaríamos el día de mañana. En mi caso, no toleraba demasiado bien el que me estuviesen imponiendo una visita a la iglesia cada domingo o que me pusiera el vestido rosa con flecos que me compró por mi cumpleaños tía Selma, tampoco me gustaba ser hipócrita, fingir a ojos de la gente que nuestra familia era perfecta cuando las miradas mataban y no nos soportábamos.

Nuestros cuartos tenían que estar impolutos, pulcros al detalle, para saciar la organización y la obsesión con la limpieza que tanto embaucaban la mente de mi madre. Si no lo hacíamos, estábamos destinadas a terminar en el sótano, el lugar más aterrador y maloliente de la casa, justo el sitio donde acabé en plena adolescencia por ser homosexual. Teníamos que ir acorde a lo que la sociedad decía, pendientes de qué pensarían de nosotros, siempre a la expectativa, imitando los cánones de las familias más ricas y católicas de la ciudad, algo que empezaba a cansarme con tan solo diez años. Otra de las grandes exigencias era que desde joven teníamos que elegir un chico con el que pasaríamos el resto de nuestras vidas, nuestros padres debían darle el visto bueno y esperar al matrimonio para mantener relaciones sexuales, terminabas siendo alguien sucio si rompías cualquiera de estas reglas como hice yo de forma inocente a los dieciséis años creyendo que su pensamiento arcaico no iba a influir en el mío, ni siquiera iba a perjudicarme, pero sí que lo hizo.

La homosexualidad: Un pecado

Mis padres consideraban pecado el mantener una relación amorosa con otra persona del mismo sexo, era algo que no toleraban, no estaba dentro de su código de honor o moral, eran personas sucias, sin criterio propio, sin pudores, ni siquiera se habían planteado que esas personas no elegían de quién enamorarse. Recuerdo que, cuando todavía era libre y salía con mis padres y mi hermana a comer, miraban a estas personas como a una mierda de perro, incluso, se llegaban a sentir superiores por no ser de tal calaña desvergonzada, imaginad qué cara tenía yo al averiguar que me gustaban las mujeres. Pensé que conmigo sería diferente, incluso, que me tolerarían pero, no fue así para nada, su religión y manera de pensar estaba demasiado arraigada como para permitir cosas que a otros no permitían, estaba poseída, quizá desubicada, tenía una enfermedad a la que debían hacer frente, la debían erradicar para que no contagiara al resto de la familia encerrándome en un cuarto donde no pudiera salir.

Jamás pude llegar a pensar que mis padres llegarían a extremos tan poco considerados para cualquier otra persona, incluso para una asistenta social, mis padres me estaban maltratando tanto física como psicológicamente, incluso, trajeron a un cura para que sacara ese demonio interior que me estaba carcomiendo por dentro. En ese momento, pude ver en qué se había convertido mi vida, quién era realmente mi familia, lo poco que puedes confiar en ella que, a la mínima, se espanta y te deja tirada, fingiendo que lo que hace está bien hecho mientras que, lo que haces tú, siempre está mal. También pensaron que alguien me había contagiado algo o que me habían lanzado una especie de hechizo, no sé qué era más surrealista, el hecho de ser homosexual y que por ello me encerrasen en el sótano o que pensaran que me habían hechizado.

Jane: Unos ojos que atrapan

Fue lo primero que me enamoró de ella. Me miraba con aquella profundidad que no podía explicar, era como si nadie más estuviese a nuestro alrededor, como si ni siquiera existiesen las paredes, tan solo Jane y yo. Empezamos siendo amigas, como cualquier otra persona supongo y, terminamos en la cama con los morros pegados, no éramos capaces de decidir cuál era el momento preciso para separarnos, no habían horas que nos dijeran cuándo irnos, cuándo soltar la mano de la otra y volver a nuestras vidas aburridas. Nos apoyábamos en todo, preocupadas la una de la otra, mostrando comprensión y respeto, algo que le faltaba a más de uno. Mis padres lo descubrieron una tarde en la cual se suponía íbamos a estar solas en casa, se habían ido a la graduación de mi hermana pero, se dejaron la ropa que se iba a poner después y, al subir a la habitación que ambas compartíamos, nos pilló besándonos en la cama.

No sabría explicar la cara de espanto que vi reflejada en la cara de mi madre pero, el vaso de agua que tenía en la mano se le cayó al suelo, eso hizo que mi padre acudiera de inmediato y también se diera cuenta del pequeño asunto que tenía montado en la habitación. Sacaron a Jane a empujones, la insultaron y la escupieron, mientras que yo, estaba condenada a permanecer en el olvido hasta que decidieran perdonarme pero, no lo hicieron. Pasaron tres meses desde aquello y el único contacto humano que obtenía de ellos era la comida podrida que me pasaban por debajo de la puerta, menos mal que Jane traía algo que había preparado su madre y podía seguir resistiendo, hasta que dije "basta".

Una explosión de libertad:

Durante esos fatídicos meses donde vivía entre mugre, polvo y olores cada vez más raros, no me había planteado salir de aquel sótano por mis propios pies, hasta que, de verdad, no pude resistirme más. Sabía que no iban a perdonarme, era una pecadora y de las malas, no querían que saliese de casa y, mucho menos, para ver a la lagarta de la lesbiana de enfrente con la que me habían pillado en la cama, era imposible que me dejaran salir. Una noche, mientras limpiaba un poco para evitar los malos olores sin demasiado éxito, pude ver un bidón de gasolina al fondo de una estantería, además de dos mecheros que funcionaban perfectamente. Un suicidio era lo más parecido a la libertad que había visto u oído nunca, no lo ideal ni lo más cómodo pero, era lo único que podía hacer para salvarme.

Jane no se lo tomó demasiado bien en cuanto descubrió lo que iba a hacer pero, era mi vida y mi decisión, si yo iba a caer siendo repudiada, entonces mi familia también tras todo lo que habían hecho a esta sociedad. Las miradas, las malas caras, el repudio... eran personas demasiado tóxicas como para que siguieran andando tan plácidamente por la calle, no tenían derecho a decidir por los demás, ni siquiera a sentirse superiores porque cada uno era y sentía lo que quería, no se podía evitar mientras ellos se empeñaban en intentarlo. No podía permanecer más en aquel sótano, estaba malviviendo, me sentía triste constantemente, me sentía rechazada, repudiada por todos y ni siquiera podía explicarme, era una situación extrema de la que no iba a escapar nada más que con aquella ráfaga de esperanza que hizo que toda la casa de mis padres volara por los aires, dándome descanso, respiración y un lugar al que ir...

Un futuro de luz:

No era precisamente una habitación de lujo pero aquella luz me llenaba completamente, dejaba que me llevara con ella, que arrancara cada parte negativa de mí y la sustituyera por algo mejor. Notaba cómo mi cuerpo se quemaba poco a poco, cómo ardían todas y cada una de mis heridas, cómo la tristeza se convertía en alegría al no tener que lidiar nunca más con aquellos monstruos venidos del mismísimo infierno. Supongo que nunca entenderé las acciones de mis padres, ¿quién en su sano juicio encierra a su hija en el sótano por no hacer lo que ellos quieren? Estaban completamente locos pero, no les enseñaron otra cosa, el error fue creer que conmigo sería diferente, que tendría más derechos por ser su hija.

Aquella luz blanca que veía al fondo, era mi escape a otro lugar que ni siquiera tenía la menor idea de cómo era, ¿conocería realmente a Dios? Lo que sí sabía era que ya no viviría en la oscuridad y siempre recordaría aquella profundidad en los ojos de Jane, me llenaban al igual que el camino que estaba a punto de emprender, un viaje del que había llegado a pensar que no llegaría nunca pero, aquí estamos, observando, caminando y formando parte de aquella luz que me embriagaba...


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