Personaje: Lizet



Relato procedente: "Tras la Tormenta" (Huellas del Tiempo)

Resumen: Tras treinta años en la cárcel, ya la consideraba su hogar pero era hora de salir al mundo exterior, tratar de reinsertarse pero no había nadie esperando a Lizet. Tres días en la calle y había encontrado su antiguo piso ocupado por una familia de color, al parecer, muy maja y el edificio donde vivían sus padres vacío debido al fallecimiento de ambos. Su última esperanza era su hermana Danna pero tampoco la encontró, lo único que sabía era que, cuando murieron sus padres, se mudó a Atlanta. Así que, decidió provocar un revuelo en la calle para volver al lugar donde pertenecía.

Nombre: Lizet Richardson Glowen.                                                        Edad: 50 años.

Ciudad natal: Detroit.                                                              Situación: Delincuente.


Descripción física:

Mi cabello castaño claro casi rubio, siempre permanecía algo enmarañado debido al poco aseo que nos proporcionaban en la cárcel, digamos que dejó de ser algo importante, utilizaba cualquier champú para lavármelo. Mis ojos azules trataban de encontrar algún lugar en mi mente que se asemejara a esto, pero nada era comparable, fuera nadie comprendía tu posición en la sociedad una vez pasabas por la cárcel. Mis labios gruesos permanecían sellados, no hablaba demasiado, analizaba a las reclusas que me rodeaban más que cualquier otra cosa, incluso, me costaba abrirme a la terapeuta. Mi tez pálida siempre permanecía rugosa porque no tenía ningún tipo de crema hidratante que aplicarme, las de seguridad jamás se preocupaban por estas cosas. Mi cuerpo esbelto no importaba demasiado, engordaba o adelgazaba según lo que pasara a su alrededor o dependiendo de la basura que le echara de esas cocineras de este antro que cocinaban más mal que bien.

Descripción de la personalidad:

Siempre he sido una persona encerrada en sí misma, muy dada a no dar a conocer mis debilidades, mucho menos en este lugar. El miedo ya no forma parte de mi vida, durante treinta años he conseguido dejarlo escapar tras tantas experiencias cercanas a la muerte, ni siquiera tengo miedo a la silla eléctrica. Jamás me han interesado las sutilezas, las buenas formas, ni siquiera entiendo el significado de "ser alguien intachable". He sido una apasionada de la literatura y aquí he tenido tiempo suficiente para perderme en los libros, además de en una escritura perdida de cuando era joven, ahora me apacigua mi animal interior el escribir mis pensamientos en una libreta. Algunos dicen que me encanta divertirme a costa del dolor ajeno... Quizá.

Problemática:

Desde que era niña, siempre fui bastante problemática pero, principalmente, porque fui víctima de humillaciones y vejaciones de mis compañeros de clase, aunque mis padres no entendieran o no quisieran entender lo que sucedía cada día al ir al colegio, a mí me suponía un gran sacrificio. Empecé a juntarme con personas que creía, serían las más adecuadas para asustar a las otras, para intimidarlas, algo que sucedió con éxito y logré que me dejaran en paz. Salía con ellos muy de vez en cuando, dado que, tenía quince años y no podía entrar en las discotecas, tampoco es que quisiera tontear con lo que consumían de forma asidua, así que, prefería guardar un poco las distancias.

Mis padres descubrieron con quién solía ir y no les gustó para nada, estuvieron dándome la lata noche y día para que dejara de ver a esa gente. Bien pensado, tenían razón pero, la edad del pavo la tenía muy subidita, al igual que el ego y la impertinencia, así que, prefería hacerles daño siguiendo con las salidas nocturnas con aquellos que utilicé en su día para asustar a los que se metían conmigo tan solo para eso, para fastidiarles. Eran personas que solían reunirse en los barrios más recónditos de la ciudad, preferían hacer sus chanchullos entre ellos que mostrarse en lugares públicos. Me instaban a probar hachís, anfetas, cocaína... siempre me negaba, hasta que caí.

Bucle autodestructivo:

Durante los años que prosiguieron, mi vida familiar no mejoró en absoluto, era como si no me quisieran en casa, aunque tampoco era de extrañar, la mayoría de noches llegaba borracha y algo pasada de alguna substancia que ni siquiera sabía que existía en el mundo y lo peor es que ya ni me importaba lo que fuese, simplemente, me lo tomaba sin preocuparme qué podría ocasionarle a mi cuerpo tiempo después. Como era de esperar, dejé el instituto porque dejé de ir, simplemente, prefería pasarlo bien fuera echando unas canastas y unas risas con mis buenos amigos y potentes camellos, digamos que en ese momento solo iba con ellos porque me pasaban mierda y porque me ponía en peligro, no es que me gustara pero me merecía lo que me estaba ocurriendo o, al menos, eso era lo que yo creía sin pensarlo demasiado.

Mis padres me echaron de casa, mi hermana estaba creciendo y aprendiendo cómo ser en la vida y yo lo único que hacía era darle mal ejemplo. Mi actitud no era la más adecuada para ellos, simplemente les ignoré y seguí con mi vida en la calle, puesta hasta arriba de lo que llevara encima, me era indiferente. Al principio, empecé a ser ocupa en aquel piso mugriento que conseguí llamar hogar sin que el dueño se enterase, dado que, tan solo iba para dormir, el resto del día me lo pasaba vagando de aquí para allá sin rumbo aparente. La comida la robaba de casa de mis padres cuando no estaban o de alguna frutería que encontraba por la calle, para mí comer no era un problema, aunque con lo mío ya andase más que servida.

De adicta a reclusa:

Una noche me llamaron mi amigos, los que me metieron en este círculo vicioso, para decirme que tenían un plan para divertirse esa noche, me dijeron que habían comprado mierda para compartir y no iban a cobrarme nada, dado que sabían de mi situación, así que, me apunté sin dudarlo. Ya iba algo puesta pero me apetecía estar con alguien, había pasado la última semana sola y no dejaba de llorar, nadie me había llamado por mi cumpleaños, así que, estaba más que destrozada y necesitaba divertirme un poco, aunque lo que no sabía era que terminaríamos pegándole a un chaval que les había robado un poco de hachís sin ningún tipo de maldad.

En cuanto me di cuenta, ni siquiera recuerdo cómo, tenía un cuchillo en su garganta. Oía cómo me vitoreaban los demás a mi alrededor, sentía el sudor resbalar por mi frente y la sensación de poder que me embriagaba en ese momento. Tenía los ojos abiertos de par en par, totalmente ida de mí, esperando la respuesta de aquel joven que poco podría haber dicho si ya nos había entregado lo que había robado a mis amigos. Lo peor es que disfrutaba con ello, ya no quería soltarlo, me sentía en una posición de control que no tenía sobre mi vida, llegó a convertirse en homicidio sin darme demasiada cuenta porque el tajo fue muy rápido, seguí bailando al ritmo de la música en aquella casa abandonada de uno de los tipos que me habían invitado. Una de las chicas llamó a la policía en cuanto vio la sangre salir del cuello del chico que permanecía en el suelo, inerte, sin que me percatase de ello y, en cuanto oyeron las sirenas de la policía, salieron por la parte de atrás de la casa dejándome totalmente sola, eufórica y sin idea de parar de bailar, sin siquiera mirar atrás... Esos fueron mis amigos.

Una muerte prematura:

Me cayeron treinta años de condena y con mucha suerte, la abogada de los padres de la víctima querían la pena de muerte pero la mía, supo cómo manejar la situación alegando que no me encontraba en plenas facultades mentales como para saber lo que ocurría a mi alrededor como para hacerme totalmente responsable de lo ocurrido, así que, con tal de que no me mataran, aceptaba cualquier trato. No pude ver sus caras, no pude siquiera levantar la vista en todo el juicio, me sentía culpable, totalmente fuera de mí y necesitando una dosis, cerrando los ojos para evitarlo y tratar de no persistir en ese pensamiento, viendo cómo temblaban mis labios y manos por el síndrome de abstinencia que tenía desde hacía unas semanas, dado que, estuve en el calabozo esperando al juicio.

Los primeros meses de estar en prisión, fueron como estar muerta. Nunca fui una persona que llevara a cabo las órdenes, ni siquiera era una mujer de rutinas, me encantaban los cambios y mucho más diarios, nunca desayunaba lo mismo y tampoco daba un paseo por los lugares del día anterior pero aquí, tenía que ver las mismas paredes día y noche, no levantar la cabeza para evitar cualquier paliza o mirada asesina que se terciase de cualquier psicópata, no estaba en un terreno agradable, más bien, hostil. Sentí que empezaba a estar vacía, como si la muerte me hubiera absorbido por completo, como si mi vida ya no importase... pasaría treinta años entre rejas, iba a ser eterno, tan solo era una niña que había tomado malas decisiones. 

Tuve que ver a una terapeuta bastante buena, a mi parecer. Era como si leyera mi mente, como si estuviera conectada a mis pensamientos o algo por el estilo porque sabía lo que estaba sintiendo en cada momento, incluso, se llegó a imaginar lo que pude pasar durante la adolescencia para llegar a donde estaba y no se equivocó en nada. Con ella fue con la primera persona con la que me abrí realmente, con la que empecé a sincerarme sobre mis sentimientos y nunca me falló a pesar de conocer mi carácter fuerte y no demasiado empático. Me mantuvo limpia y trató de enseñarme a cómo dominar mi mente con esa sensación continua de necesidad, quiso cerciorarse de que, cuando fuera libre, tuviera una segunda oportunidad, la cual, estropeé, como siempre hago.

Una salida tormentosa:

Cumplí los treinta años de condena, ¿y ahora qué? Fue justo lo que pensé al salir, sin nadie que viniera a recogerme y nadie a quién le importara lo más mínimo, ni siquiera había recibido una sola visita de mi familia. Me dirigí a mi antiguo piso pero ya estaba ocupado, ni siquiera pude recuperar mis cosas, quizá las tiraron al empezar a vivir allí. Después de romper a llorar largo y tendido, traté de centrar mi atención en una solución, tal y como me había explicado mi terapeuta, por lo que, caminé más de media hora para encontrarme en el edificio donde vivían mis padres con mi hermana pequeña pero una mujer mayor me informó de que mi padre había muerto y sufrido mucho por una enfermedad terminal y mi madre tres años después debido a la vejez, mi hermana se había mudado a Atlanta, había heredado aquel precioso edificio de tres pisos pero parecía que no se había aventurado a venderlo o alquilarlo, no sabía su dirección.

Me encontraba en medio de ninguna parte, no tenía a nadie y tampoco esperaban mi llegada, ¿qué vida iba a tener en el exterior? Ni siquiera tenía un lugar donde dormir... empezaba literalmente de cero. Mi terapeuta decía que no debía darnos miedo la salida, pero la verdad, después de tanto tiempo en prisión, es normal que lo tengas y no esperes demasiado. Provoqué un revuelo para que dos policías se acercasen a mí, matarles a sangre fría y poder volver a lo que había sido mi verdadero hogar durante treinta años, era lo que conocía y no quería cambiarlo, volver era mi única salida. Volvió la abogada que me salvó el culo la primera vez con un: "¿tú otra vez?" Consiguió sacarme de la pena de muerte por segunda vez, dejándome una agradable cadena perpetua con permiso para salir al patio y demás, justo como antes, tan solo había estado fuera tres días...

Un futuro donde pertenezco:

Me volví loca en su día cuando lo único que creía conocer era el mundo exterior, lloraba cada noche, echando de menos a mi familia a pesar de lo que nos habíamos hecho pasar mutuamente. Ahora, no conozco ningún otro sitio donde podría estar mejor, incluso aquí, puedo trabajar en la lavandería o en la panadería, quizá en las cocinas más adelante... hay varias opciones para mí, en el exterior, ni siquiera podía soñar con algo así, estaba literalmente en la calle, es una cuestión de supervivencia.

Estaré entre rejas hasta que muera, así que, ya no existe ningún miedo dentro de mí a que llegue el día de mi liberación como antes, aunque puedo ver en los ojos de mi terapeuta una decepción enorme por volverme a ver en aquel lugar del infierno como ella lo suele llamar. Ya no tendría estrés, la calma volvería en mí a pesar de las miradas de los guardias al enterarse de que había matado a casi compañeros suyos, se habían ofendido. Para el resto, era una especie de heroína, odiaban a los policías, por ello, no tenía ningún pánico por volver, sino unas prisas increíbles. Sigo limpia y así va a seguir siendo, perdí mucho cuando me junté con toda aquella gente, ojalá mis padres pudieran saberlo y lo comprendieran. Una sonrisa sale de mis labios por primera vez mientras veo el patio a través de las rejillas clavadas en la ventana...

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